Por Raúl Molteni
Recientemente, participé en la elaboración de un plan estratégico para una división crucial de una gran empresa multinacional. Nuestro objetivo era claro: recopilar información, llevar a cabo el proceso de planificación estratégica y contar con un coordinador experimentado. Aunque no seguimos la agenda rigurosamente, logramos cumplirla y entregamos un plan final al líder de la organización.
Durante este proceso, se analizaron los indicadores, se establecieron la Misión y la Visión, se desarrolló un análisis FODA y se acordaron acciones concretas para su implementación. Sin embargo, debo admitir que, desde mi perspectiva, carecía de verdadero pensamiento estratégico.
La diferencia entre un proceso de planificación estratégica y el pensamiento estratégico es considerable. Sin un enfoque estratégico genuino, la planificación se asemeja a un plan que subestima el futuro y aspectos culturales esenciales.
La estrategia implica visión de futuro, diferenciación, priorización, creatividad y, en cierto modo, incluso algo de magia.
Pensar estratégicamente va más allá de desarrollar un simple plan; implica la capacidad de visualizar el futuro de manera innovadora.
Aquí algunas diferencias que distingo en aquellos que poseen un pensamiento verdaderamente estratégico:
1. Consideran el ecosistema: En la era digital, las barreras de entrada se han reducido significativamente. Enfocarse únicamente en la competencia directa es arriesgado; los competidores pueden surgir desde otros sectores e industrias y con propuestas innovadoras y superadoras -aunque a los ojos del “poco estratega” parezcan ridículas.
2. Analizan profundamente datos: El FODA no es solo una cuestión de opinar, requiere un análisis profundo. No es cuestión de adivinar, sino de buscar acotar el nivel de incertidumbre. Datos y opinión experta son fundamentales.
3. Logran consistencia: La estrategia debe abordar la coherencia en todos los aspectos de la cadena de valor, los recursos y el mercado. No es una sumatoria de ideas, objetivos y planes. Es una integración de perspectivas, ideas, objetivos y planes.
4. Evalúan el grado de disrupción: ¿Se trata de incursionar en nuevos mercados con productos existentes o de introducir nuevos productos en mercados existentes? Usan conceptos para guiar su pensamiento. No se dejan llevar solo por lo que “se les ocurre”; “se les ocurre” porque provocan su propio pensamiento.
5. Superan las limitaciones de recursos: Enfoques verdaderamente estratégicos consideran las limitaciones de recursos como desafíos a superar mediante fusiones, alianzas estratégicas u otras alternativas creativas. No lo ven como límite a lo que pueden hacer, sino como parte de lo que se debe hacer.
6. Fomentan la experimentación y el aprendizaje: La estrategia requiere tiempo para cuestionar, reflexionar, experimentar y aprender. Así como ningún plan ocurre tal como fue elucubrado, ninguna estrategia surge del pensamiento “téorico” -y muchos menos de un día en lugar con mucho verde-. Requiere desafiar, intercambiar, meditar, decantar, entender, experimentar y aprender a lo largo del camino.
Dos días de trabajo intensivo rara vez son suficientes para alcanzar este nivel de profundidad y creatividad.
Al reflexionar sobre la diferencia entre la mera planificación estratégica y el verdadero pensamiento estratégico, se abre un espacio para repensar nuestra aproximación a los desafíos empresariales. La estrategia no debería limitarse a la elaboración de planes, sino que debería impulsar una mentalidad innovadora y visionaria que inspire la creatividad y la adaptabilidad ante un mundo en constante cambio.